En la Escritura puede rastrearse la presencia de la pulsión homoerótica.

Por una cuestión de que la Biblia fue escrita en un contexto de acentuada impronta patriarcal, ello es más usual entre hombres. Y dentro de esta categoría, no es poco frecuente el contacto homoerótico entre los patriarcas y Dios.

En Génesis 32, 22-30, se relata la lucha cuerpo a cuerpo entre Jacob y Dios.

El texto fue construido por el Yahvista, autor (¿o autora?, pues algunos investigadores han descubierto indicios de sensibilidad femenina en esta tradición) que vivió hacia el año 900 a. de C. y que describe a Dios como “un varón”, “alguien” que habla, come, camina, siente, sufre, viste ropajes, etc. (A diferencia del Elohísta, escritor que vivió cien años después y cuenta la historia de Moisés, y que ve a Dios de manera más trascendente, como fuego en la zarza, o como columna de nube en el desierto.) Jacob lucha con un varón desconocido durante la noche, abrazado cuerpo a cuerpo, y el desconocido no puede vencerlo. Entonces le disloca el muslo a Jacob, pero aun así el patriarca fuerte no lo suelta.

Más tarde, “al rayar el alba”, Dios le pide que lo deje ir “porque amanece”, en un gesto de amor, pues nadie podía ver el rostro a Dios y seguir viviendo. Dios, pues, lo protege de la misma ley que ha establecido. Y Jacob solo acepta soltarlo, a cambio de recibir la bendición. También le pregunta el nombre, pero Dios dice que no puede revelárselo. Entonces lo bendice. Jacob “conquista” la bendición, luego de un encuentro de cuerpos. Dios se va con la luz de la aurora, y Jacob algo ve de su rostro. Llama a ese lugar, a orillas del río Jaboc, “Peniel”, o sea, “cara-de-Dios”, porque vio el rostro del Deseado.

 

Autor: Fede Summo (Iglesia Luterana)

Fuente; https://www.facebook.com/CristianosLGTTBIQArgentina/photos/a.1244588725555396.1073741847.162637420417204/1392486024098998/?type=3&theater