Es evidente que, para los cristianos, el NT es un punto de referencia más valioso que el AT. En la sana teoría teológica, ambos testamentos son igualmente inspirados, no obstante, existe un principio dogmático que afirma que en la persona de Jesús encontramos “la plenitud de la revelación” (DV 3-4). Por ende, es claro que lo que los evangelios tengan que decir sobre X tema será palabra definitiva. Aquí empezamos con un problema: los textos que presentan el tema de la “homosexualidad” explícitamente son muy pocos y se encuentran únicamente en las cartas paulinas. Los evangelios nada afirman sobre el tema. En la argumentación de los cristianos podemos, entonces, hallar los textos de Pablo: 1 Co 6,9-10; Rm 1,18-32; 1 Tm 1,10.
Los malakoi y los arsenokoitai en 1ª Corinto
“¿Ignoran que los injustos no heredarán el Reino de Dios? No se hagan ilusiones: ni los inmorales, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los pervertidos, ni los ladrones, ni los avaros, ni los bebedores, ni los difamadores, ni los usurpadores heredarán el Reino de Dios.” (1 Co 6,9-10).
El famoso texto de 1 Co designa quiénes no heredarán el Reino de Dios en medio de una lista de vicios, algo común en el mundo literario del primer siglo para facilitar la memorización. Cinco de esos vicios son sexuales y los otros cinco evocan las dificultades que serán afrontadas en 1 Co 11. Pablo reprende en 1 Co 6,9 la lista con cuatro términos: “adúlteros”, malakoi, arsenokoitai y “ladrones”.
Los dos términos, que no me he animado a traducir de entrada, son complejos. Precisamente por eso no lo he hecho. El sustantivo malakos significa literalmente “dulce”, “suave”, “delicado”. En el contexto griego de una relación de pareja designa la parte pasiva (mujer o varón pasivo) y, por la sociedad jerarquizada, es un término peyorativo. El análisis de arsenokoitês nos refuerza esta primera traducción porque literalmente significa “acostarse (koitê) con un hombre (arsên)”. Se trata de un neologismo paulino porque en todo el griego clásico no aparece esta conjunción y así, Pablo, logra enunciar los roles en una relación homosexual. Pablo es heredero e intérprete de la Ley judía, a partir del texto de Levítico condena en su contexto la relación homosexual. Esto es indudable. Aunque también es indudable que la inversión de un convencionalismo social está tras esta condena del apóstol. Con el texto de la carta a los Romanos nos quedará más claro.
Rm 1,28-32: ¿Una relación contra-natura?
“Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen”.
El texto de Pablo parte de una situación bastante general: el mundo pagano, el mundo sin ley, que no se exime de la situación de pecado universal (2,12). La ley crea una situación donde ella misma no tendría sentido: a partir del momento en que hay mandamientos, la infracción a estos mandamientos toma una dimensión nueva porque el pecado deviene sancionado, contabilizado, imputado.
¿De qué pecado o infracción habla Pablo? En una situación universal, Satanás ha hecho que los hombres no adoraran al Creador si no a las criaturas, nuevamente se refiere el Apóstol a la idolatría: la misma idolatría que es criticada por los judíos alejandrinos en el texto de Sb 13,1-9 es la misma idolatría por la que se verían amenazados los judíos de Roma y de cualquier lugar del imperio. Por eso “Dios les ha entregado” a la “impureza”, a las “pasiones infames” y a “su mente insensata”. Nos encontramos, pues, ante una lista de vicios (vv. 28-31) parecida a la que los estoicos clasificaban. Estos vicios conjugan estrechamente la inmoralidad (algunos autores, como Ph. E. Esler, explican que Pablo le ha recordado a la comunidad de Roma las tradiciones del AT, en especial la de Sodoma y su destrucción: “La principal fuente veterotestamentaria es el relato de los acontecimientos de Sodoma según Gn 19, cuando los hombres de la ciudad querían abusar sexualmente [‘conocer’] a los huéspedes de Lot, que, por desgracia para ellos, eran dos ángeles” p. 213. Desde este punto de vista, la comunidad romana –presumiblemente judeocristiana– asociaría las prácticas desordenadas de su entorno con el prototipo veterotestamentario de la no-salvación) y la idolatría (Perrot 1989, p. 23).
Hace Pablo una mención de “contra natura” al hecho de abrazarse en deseos hombre con hombre. Pero, en el mundo romano, ¿qué es natural y a qué se refiere? El adjetivo “natural” caracteriza los actos de acuerdo con las convenciones sociales de un grupo, una construcción del referente social. Así pues, en la cultura greco-romana, más que la estructura femenino-masculino, es la convención dominador-dominado la que establece la norma moral. Una realidad sexual es “natural” en una pareja donde el hombre es dominante. Por ende, en una relación de dos hombres de igual nivel social uno pierde su estatus de dominador. No obstante, esta es razón por la que, en la Roma imperial, la unión sexual del maestro con sus discípulos, del patrón con sus esclavos, no era considerada “anti-natural”. Es muy notorio que Pablo escribe conociendo esto y también asumiendo una posición contraria no sólo por esta causa sino por una teología de la creación ya mencionada. Así pues, no pasa por la mente del apóstol juzgar la homosexualidad como una realidad integral psicológica, sino un acto de corte homoerótico en un contexto estratificado de honor-vergüenza, a pesar de que su oposición contra ese acto es clara.
Concluyendo: ¿Qué podemos decir desde la antropología cultural y la teología queer?
Como decía en el primero de estos tres artículos: hay múltiples formas de abordar esta temática. Pueden haber posiciones apologéticas en ambos extremos: una primera apologética es aquella que trata de justificar la homosexualidad con textos bíblicos tratando de decir que en ellos se encuentra el concepto de atracción psicológica entre personajes (David y Jonatán por ejemplo), un claro anacronismo. También existe la posición contrapuesta, más difundida y conocida que trata de hacer exactamente lo contrario: para estos apologetas la Biblia también conoce la realidad homosexual como atracción psicológica, tal como lo entendemos hoy, pero la condena directamente y, por ser el texto “Palabra de Dios”, esta condena es inamovible y debe ser aplicada tal cual, centrándose en “textos de terror” (Muskkopf 2004, p. 99) generando, sin temor a equivocarme, la destrucción de muchas vidas, la absoluta ausencia de misericordia y la tenaz fuerza de exclusión que caracteriza los grupos que se identifican a sí mismos como “Sigillum militum Christi”, como si el cristianismo jesuánico se tratara de una milicia, de un ejército, que se debe preparar para luchar. Dicho sea de paso, este lenguaje violento en nada favorece los valores del Reino y nada tiene que ver con Jesús. Se trata de vicios de fundamentalismo en ambas posiciones.
La hermenéutica queer trata, buscando el equilibrio, de nunca descontextualizar, de nunca generar radicalismos, sino más bien de hacer que la Biblia hable desde la experiencia del lector, desde la vida concreta de las personas que se acercan a ella. Si una persona no heterosexual se acerca al texto que preferentemente trata el tema de la justicia (Martini y Sporchill 2008, p. 159), ¿cómo puede entender pasajes que parecen excluirlo? Se trata de reflejarse uno mismo en el texto para que tome colores distintos, colores diversos y puede este mismo salir de los esquemas preconcebidos que la heteronormatividad le ha legado. Se trata de recuperar el valor de la corporeidad relegada exclusivamente a la expresión heterosexual pues nada de obsceno hay en la cercanía amorosa de dos personas del mismo sexo, y me refiero directamente al amor entre dos personas que rompen esquemas, que brincan barreras.
“¿La Biblia conoce la homosexualidad? diremos que los Testamentos Antiguo y Nuevo no abordan el fenómeno tal y como se lo define modernamente. Los textos más citados —las lecturas impuestas— tienen poco o nada que ver con el tema. En cuanto a las lecturas deseables, es importante hacer constar que la Biblia sí conoce y describe relaciones de gran intimidad y confianza entre dos individuos del mismo sexo, a veces expresadas en un intenso lenguaje amoroso” (Lings 2011, p. 47). Entonces, ¿por qué las iglesias se enfrascan en tensas discusiones sobre el tema apoyándose en la Biblia para dar, según su punto de vista, argumentos definitivos?
Con el estudio que hemos realizado y teniendo en cuenta los contextos sociales en que nacieron los textos veamos un par de textos:
“Según el orden moral objetivo, las relaciones homosexuales son actos privados de su regla esencial e indispensable. En la sagrada Escritura están condenados como graves depravaciones en incluso presentados como la triste consecuencia de una repulsa de Dios [cita acá los tres textos paulinos mencionados]. Este juicio de la Escritura no permite concluir que todos los que padecen de esta anomalía son del todo responsables, personalmente, de sus manifestaciones; pero atestigua que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados y que no pueden recibir aprobación en ningún caso“ (Congregación para la doctrina de la fe, “Persona humana” [1975]: DH 4584, el subrayado es mío).
Este ha sido el juicio constante de las iglesias hasta la fecha. El Catecismo de la Iglesia Católica habla en los mismos términos del asunto (CEC 2357). Puedo entender, por su posición, que el Papa Francisco diga que “[…] el catecismo explica de una forma muy bella esto” pero no comparto esa posición. No encuentro belleza en los términos “depravación”, “anomalía” o “desorden” aplicados a una persona. Creo más bien que el principio-misericordia, que tanto ha sido su slogan, debe aplicarse acá y saber que, como lo ha dicho abiertamente, “no es quien para juzgar”, es más, sí somos quienes para aceptar y acoger. Esa vieja frase “Dios ama al pecador pero no al pecado” aplicada a nuestro tema deviene falacia en cuanto separa la condición de los actos de dicha condición: puedes ser gay-lesbiana-bisexual-transexual pero si no practicas ningún “acto desordenado” todo está bien. Dicho de otro modo, puedes serlo pero no hacerlo, lo que es lo mismo, puedes serlo pero no hagas nada, vive como heterosexual, no seas lo que eres. Contradicciones fuertes. No creo que podamos esperar cambios a este respecto, ni tampoco creo que debamos esperarlos. Hay muchos caminos para llegar a Dios, Jesucristo es el camino de bondad y misericordia por el que se muestra el Padre, así el cristiano y todo ser humano puede entablar su relación con el eterno, con la vida y con todo lo que nos liga y religa al espíritu humano, a la trascendencia. Sea como la entendamos.
La Biblia habla de relaciones homoeróticas ubicadas en un momento y lugares determinados: responde a concepciones que nacieron en el mundo hebreo, greco-romano y persa que, entre sí, no tienen ideas monolíticas sobre la sexualidad. La hermenéutica queer trata de hacernos entender esto: la Biblia tiene muchas voces como muchos intérpretes y no podemos aplicar criterios del mundo antiguo a criterios actuales. La Biblia no es un manual de ética sexual y, por ende, no puede ser palabra definitiva en elementos contextualizados en el tiempo. El mensaje de Jesús, para quienes procuramos ser cristianos todos los días, es muy claro: el proyecto del Reino de Dios es un proyecto de fraternidad, todo se supedita a eso. El amor es el centro de ese proyecto y, según el mismo Jesús lo entendió, amor es donación, es entrega, es compromiso. Para llevar a cabo este proyecto no cuenta la etnia, la nacionalidad, la religión, el sexo o la orientación sexual.
Bibliografía citada
Esler, Ph., Conflicto e identidad en la carta a los romanos.
Perrot, Ch., La carta a los Romanos.
Musskopf, A. S., “Biblia, sanación y homosexualidad”: RIBLA 49, 2004.
Martini, C. M. – Sporschill, G.s, Coloquios nocturnos en Jerusalén.
Lings, R., “¿La Biblia conoce la homosexualidad?” Pasos 151.
Fuente: Religión Digital
Autor: Hanzel Zúñiga Es Licenciado en Ciencias de la Educación y Bachiller en Teología de la Universidad Católica de Costa Rica. Además, posee estudios de Biblia y Teología del Centre Notre Dame de Sion, Jerusalem, Israel.