Esa fue la pregunta sobre la que estuve conversando hace unos días con un buen amigo… Su conclusión fue bastante contundente: “No le des más vueltas Carlos, muchos homosexuales se han alejado de Dios y viven una vida de excesos sexuales y sin sentido. La parábola es una invitación a volver a casa, a volver a Dios”. En aquel momento no pude darle una respuesta con demasiado sentido, sólo le dije que la suya no me satisfacía y que necesitaba pensarlo un poco más.
Al llegar a casa volví a leer la parábola y a centrarme en el personaje del hijo pequeño, del hijo pródigo. Y quise dividir su experiencia en tres partes, para ver si veía conexiones con la experiencia de las personas gais o lesbianas que he conocido.
Parte 1. “Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos dijo a su padre: – Padre, dame la parte de la herencia que me corresponde- Y les repartió los bienes”. No muchos días después, juntándolo todo, el hijo menor se fue lejos a una provincia apartada…[1]”.
Si identificamos al padre que aparece en la parábola con la familia o el entorno más próximo de la persona lesbiana o gay, o si lo hacemos con Dios o el entorno religioso al que pertenece, creo que la parábola tiene poco que ver con la experiencia lésbico-gay mayoritaria. La identidad que dan los conceptos gay y lesbiana, el espacio que crean para la propia autocomprensión, y el mundo simbólico que generan para la vida de tantas y tantas personas; no han sido recibidos dentro del entorno familiar ni religioso. Las herencias maternas/paternas han sido diversas, y cada lesbiana o gay podría explicar lo que le tocó en el reparto, pero nunca he conocido a nadie a la que su familia o su experiencia religiosa le dejara en herencia una autocomprensión satisfactoria de su ser gay o lesbiana. Más bien esta identidad se ha construido en oposición, confrontación, o como mínimo en ausencia de ellas.
Por otra parte, en la parábola se habla de un desplazamiento voluntario del hijo pródigo, una huida, una marcha en busca de experiencias nuevas. El hijo pródigo se siente autosuficiente y piensa que no necesita de su padre ni de su hermano. La herencia recibida basta para encarar la vida con completa libertad. De nuevo encuentro diferencias importantes con la experiencia mayoritaria de gais y lesbianas. Las personas homosexuales que he conocido viven mayoritariamente desplazadas de su entorno familiar y religioso inicial, pero no de forma voluntaria, sino obligada. En una parábola con un hijo pródigo gay o una hija pródiga lesbiana, el Padre o Madre les echaría de su casa desde el primer momento. La forma de estar en el mundo, para las personas homosexuales tiene más que ver con el desplazamiento forzado a un lugar no escogido voluntariamente, que con la marcha de un hijo inconsciente tras un espejismo de felicidad.
Identificarse como gay o lesbiana, tener la herencia paterna en las manos, no significa hoy lo mismo que hace unos cuantos años: me refiero al ostracismo y la discriminación. Pero indudablemente la identificación sigue sacando a la mayoría de su casa paterna, del lugar que la familia y la religión tenían pensado para él o ella. Una experiencia que se aleja de la que encontramos en esta parábola pero que tiene mucho en común con la de los primeros seguidores y seguidoras de Jesús, que dejaron la casa del padre/madre en busca de una vida más plena.
Parte 2. “El hijo menor se fue lejos a una provincia apartada, y allí desperdició su herencia viviendo perdidamente. Cuando todo lo hubo malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia y comenzó a pasar necesidad. Entonces fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual lo envió a su hacienda para que apacentara cerdos. Deseaba llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Volviendo en sí, dijo: -¡Cuantos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! Me levantaré e iré a buscar a mi padre-[2]”.
Si pensamos en las personas que viven dentro del armario, el país construido para ellos y ellas por la heteronormatividad es un lugar de engaño, marginalidad, culpabilidad, y donde el otro u otra queda reducida a lo puramente corporal, a lo sexual, a un objeto de satisfacción temporal del deseo reprimido. Es posible que la hacienda de cerdos que apacentaba el hijo pródigo refleje esta experiencia. Un lugar creado para culpabilizar y oprimir a quienes no acaban de marchar de la casa del padre, de la heteronormatividad obligatoria, y simplemente juegan a escaparse a veces a una hacienda próxima. En esos campos de cerdos es fácil sentir que la única opción viable es resignarse y volver a la casa del padre, aun sabiendo que jamás se podrá formar parte de ella y que muy pronto la necesidad de volver a escapar se hará presente. Hay muchos jornaleros que tienen pan de sobra en la casa paterna, pero el pan que reciben no podrá nunca saciarnos. Podemos leer la parábola como una invitación a la resignación, pero en mi opinión la parábola no habla de resignación, sino de redescubrimiento del amor del Padre y su perdón ilimitado.
El hijo pródigo se marchó lejos de allí, lejos de la casa del padre, algo que creo sí tiene mucho que ver con la experiencia lésbico-gay de la mayoría de personas que viven su diferencia sin esconderse, personas para las que su orientación sexual integra la faceta sexual, pero también muchas otras, como la afectiva, espiritual, familiar, laboral… Se alejan del mundo creado para ellos, el de la heteronormatividad o el de la homosexualidad armarizada, para construir otro mundo lejos del anterior. La homosexualidad por sí misma no crea mundos perfectos, así que es posible que como en cualquier otro, las personas que lo integran tengan que lidiar con miedos, incongruencias, errores, etc. Pero identificar los espacios de vida construidos por las personas lesbianas y gais con un lugar de vida disoluta, creo que solo puede hacerse desde la homofobia, sea esta heteronormativa o interiorizada.
El mundo creado por las personas lesbianas y gais tras la marcha de la casa del padre es más bien un lugar de búsqueda de sentido y de comprensión de lo que uno mismo y una misma es más allá de la definición que se recibía en la casa paterna/materna. El desplazamiento ha sido forzado, pero algunas y algunos han hecho de este desplazamiento una oportunidad para construir una nueva casa materna/paterna donde poder vivir, con todas sus limitaciones, felices y en paz. No son casas perfectas, son espacios de vida, y por lo tanto están sometidos a imperfección, pero al menos ofrecen lo que la casa del padre no fue capaz: un lugar donde sentir que estás viva o vivo. Un lugar donde poder respirar, donde poderse perdonar, donde atreverse a ser uno mismo o una misma.
Parte 3. “Entonces se levantó y fue a buscar a su padre…. El hijo le dijo: -Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, ya no soy digno de ser llamado tu hijo[3]”.
Seguro que como el hijo pródigo algunas lesbianas y gais desean volver a casa de su padre. Probablemente tras su lucha por el matrimonio igualitario, por tener hijos e hijas, o por construir nuevas comunidades inclusivas, había en algunas lesbianas y gais una petición inconsciente de perdón a la heteronormatividad. Es posible que en algunos casos sean acertadas las críticas de quienes piensan que las lesbianas y los gais han sucumbido al poder del patriarcado y que ya no ofrecen una propuesta alternativa creíble. Quizás es cierto que a veces se cae en la necesidad de ser un gay o una lesbiana ejemplar en la familia, el trabajo o la iglesia para pedir perdón por no estar a la altura de las expectativas. Tal vez haya personas que poniendo banderas rainbow de vez en cuando en sus iglesias, diciendo que Jesús nos ama a todas y todos, o formando una familia respetable, crean que han construido una nueva casa materna/paterna; aunque la realidad sea que no se han atrevido a salir de aquella en la que viven oprimidas.
Y aunque creo importante hacer una reflexión sobre todo esto, estoy convencido de que la mayoría de lesbianas y gais no han caído en ese error y que ni han vuelto, ni tienen intención de volver a la casa del padre, sino que más bien han construido la suya propia. Es cierto que muchas parejas heterosexuales también intentan dejar atrás la carga del patriarcado, pero sin duda están en clara desventaja con las parejas formadas por personas del mismo sexo: los roles y expectativas son muy diferentes. Una pareja de personas del mismo sexo no repite el patrón patriarcal, en esencia es imposible. Estaban en lo cierto quienes decían que no se podía llamar matrimonio a dos personas del mismo sexo, porque defendían una visión del matrimonio basada en un reparto tradicional de roles y en la desigualdad de quienes forman la pareja. Pero se olvidaban que también tenían que llamar de otra forma a todas aquellas parejas heterosexuales que, con un esfuerzo aún mayor, intentan escapar del modelo patriarcal en el que habían sido educadas.
Las familias formadas por lesbianas y gais, con o sin hijos e hijas, no son una petición de perdón al padre, sino más bien una nueva casa materna/paterna donde se ha cambiado la esencia misma que le da sentido. De la ley de la sangre que daba cohesión a la familia patriarcal, se ha pasado a la ley del amor que constituye y da sentido a las familias de lesbianas y gais. Y del reparto tradicional de lo que cada miembro de la familia debe hacer y lo que se espera de él y ella, se ha pasado al valor de la diversidad y el respeto a la diferencia. Tienen suerte los niños y niñas que se educan en estas nuevas casas, puesto que evidentemente serán más libres del poder patriarcal. Son afortunados de vivir lejos de las últimas remodelaciones de la casa patriarcal, porque esas remodelaciones no cambian la esencia de lo que en realidad es: un lugar de poder masculino heterosexual.
En cuanto a las nuevas comunidades inclusivas que nacen tras huir de las comunidades para heterosexuales creo que todavía es pronto para saber si son solo una forma de pedir perdón y volver tras el poder del dios padre heterocentrado, o si por el contrario son espacios capaces de generar un nuevo lugar de libertad donde las personas lesbianas y gais viven su espiritualidad de forma plena y desde lo que ellas y ellos sienten, viven y son. Creo que es difícil sacarse de un plumazo el veneno recibido durante tanto tiempo, pero veo indicios claros de que se quieren construir comunidades realmente más evangélicas donde no solo se aceptan a personas lesbianas y gais, sino que se entiende que las diferentes formas de ser lesbiana, gay, bisexual o heterosexual pueden aportar a la comunidad y pueden ayudar a ver el evangelio bajo otros matices y acentos. El Dios que transmiten quienes forman estas comunidades tiene todavía que desprenderse de muchos prejuicios con el que la heteronormatividad lo ha envuelto; no basta con anunciar a un Dios que nos ama como somos. Es necesario descubrir como ese Dios se manifiesta en la forma de amar, de ser y de sentir de gais y lesbianas. Y es importante también atreverse a mirar a Dios directamente desde lo que somos, y no a través de lo que nos han dicho que deberíamos ser. Sólo así las nuevas comunidades inclusivas serán nuevas casas maternas/paternas donde Dios se revele de forma más plena.
Las cristianas lesbianas y los cristianos gais somos llamados a seguir el camino de Jesús. Un camino que le llevo de la casa patriarcal de José, María y sus hermanos y hermanas, a una nueva casa que construyó junto a sus discípulos y discípulas. Una nueva casa donde los valores patriarcales fueron sustituidos por los valores del Reino y donde el amor es la medida de todas las cosas.
[1] Lc 15, 11-13
[2] Lc 15, 13-18
[3] Lc 15, 20a-21