“Como el Padre me envió, así yo les envio a ustedes a los ocho días, llegó Jesús” Jn. 20,21.


Lectura Evangelica S. Jn. 20,19-31.


El resucitado lleva anuestas vidas, nos conoce y nos llama por nuestro nombre. El conoce cada uno de nuestros secretos, nada podemos ocultarle. Cristo entiende y comprende nuestras debilidades, pero mejor que nadie sabe utilizarnos con aquellos dones que disponemos.

Predica


Atardece, encerramiento, miedo… son los sentimientos que tuvieron aquellas personas (al igual que yo si se me presenta alguno), después de lo doloroso vivido en el monte calvario (Mc. 15,22).


La tarde es presagio de oscuridad. Pronto llegará la noche, la tiniebla (Gn. 1,4), lugar de la confusión y la incertidumbre.
Normalmente, en nuestra casa y barrio cuando comienza a caer el sol las personas solemos encerrarnos ponernos al resguardo del peligro, (Lc. 22,53) ante la inseguridad imperante y en esta segunda etapa de pandemia es aconsejable estar encerrados durante el día también y tan solo salir para las actividades esenciales como hacer las compras. Probablemente las endebles casas de Nazaret y las afueras de Jerusalén no escapaban a esta realidad. Pero el encerramiento que detalla s. Juan nos tan solo a lo físico. Es el encerramiento de corazón, del alma que se comprime ante la confusión amarga que ha generado la muerte cruel e injustificada desde algunas perspectivas del Líder o Maestro. Igualmente, la proximidad de la noche genera temor, y el encierro es la forma de protegerse del peligro que causa el miedo en el corazón de la comunidad. Podríamos decir que la tristeza viene de la mano del terror a la inseguridad y desconfianza son los oscuros nubarrones que inundan el corazón de aquellos que lo dejaron todo para seguir al Hijo del carpintero en la aventura del Reino de la vida (1 Pe. 2,9).


San Juan, autor del cuarto evangelio (90 dC.), anima a sus lectores a afirmarse en el mundo con su testimonio sin acobardarse ante la hostilidad u opresión, llama la atención haciéndonos caer en cuenta de la situación de muerte que les rodea a la comunidad encerrada. Es una escena ambientada para comprender el contraste de la siguiente narración. De repente el escenario cambia de color, (Is. 9,1) todo se ilumina ante la presencia viva del Resucitado, (Puff, creo que tengo sobredosis de Netflix).


Que todos piensen y sientan lo mismo (antes se decía: ‘como un solo hombre’) es el sueño dorado que se esconde detrás de muchas ideologías y de la mayoría de las religiones. Simplemente es así, acaso ¿cómo comienza el sueño dorado? En nosotros mismos. Se trata tan solo de tener muchos adeptos y seguidores, que entiendan, que nos acompañen con entusiasmo, activismo y radicalidad el sueño transformándolo en proyecto.
La llegada del Resucitado es más que un sueño del pasado, es la continuidad de propio proyecto ahora transformado en una mega campaña, comenzada en un pesebre, y seguida en varias casas, bodas, comidas, encuentros sociales en el campo y montes, en piso alto de un salón de reuniones, y continuada en este relato. Con una invitación que llega hoy a cada uno/a de nosotros/as (Jn. 17,18).


La fuerza utópica del sueño de la igualdad, de la fraternidad, y de la libertad movilizaron a cada entusiasta, hombres y mujeres, ancianos y jóvenes para construir una sociedad, un mundo más equitativo, justo, libre, hermanado y solidario, justo en esta ola de pandemia. Aunque algo se ha conseguido al respecto, el camino es largo y complejo y está lleno de obstáculos y de sombras. Mientras existan las fuerzas de los sueños, con fe todo es posible. (Mc. 9,23.).

La comunidad naciente también tuvo sus sueños. Como los tuve en noviembre del 1995 cuando asumí mi pastoral, como Vane Moran tuvo el sueño y realizo el chispazo para Cristianos lgbttiq Argentina, como Pablo Javier C. en ER, soño, se formo y genero la creación de una comunidad familiar y de amistades allegadas a sus principios, La liturgia de la Palabra de este segundo domingo de Resurrección nos habla de algunos de ellos, como nosotros/as. Tras la muerte humillante de Jesús, su comunidad queda desconcertada, huyen (Lc. 24, 13-35) y son conquistados por la esperanza, o se esconden donde pueden, están aterrados, además, por el miedo a su líder lo condenaron a muerte por crucifixión por blasfemar (MT. 26,65. / Mc. 14,64). Es en este clima de terror sucede un hecho insólito: Jesús muerto es ahora el Cristo y no está muerto, aparece vivo; ha resucitado, como lo había predicho durante su ministerio público (Lc. 24,46). Esta experiencia, personal y comunitaria, de la resurrección de Jesucristo por parte de sus seguidores será lo que desencadene el proceso religioso que tendrá como resultado nuestra suma al sueño y proyecto.


Uno de los primeros efectos de la experiencia compartida, después de percibir su resurrección, fue la puesta en común de sus bienes, la koinonía, la transliteración de la palabra griega κοινωνία, que significa comunión; como concepto teológico alude a la comunión eclesial y a los vínculos que esta misma genera entre los miembros de la comunidad y Dios, revelado en Jesucristo y actuante en la historia por medio del Espíritu Santo. El sueño de una vida digna, en la que no se carezca de lo fundamental y lo suficiente para vivir, (Hch., 4,32-36) ha sido muy potente a lo largo de la historia humana. Este sueño no está muerto en nuestros días. La realización de aquel sueño, siempre está presente en la fe cristiana, pasa por la superación del egoísmo, la disposición personal a repartir en equidad los bienes disponibles, como talentos o recursos y por una práctica vital basada en el cuidado, la responsabilidad y la solidaridad. Cerrar la mano, el pensamiento y el corazón al otro es volver al closet, al encierro en el aposento alto, atenta al núcleo del Evangelio y desvirtúa la experiencia compartida de la resurrección.


Reconciliación, paz, vida, misión, Espíritu… son las palabras que ahora ocupan el lugar del miedo, la duda y la incertidumbre. Ahora la tristeza se convierte en felicidad, alegría, la duda en certeza, el miedo en fortaleza, el desconsuelo en esperanza. Todas son evidentemente los “signos sensibles” (sacramentales) de la presencia resucitada y renovadora de Jesucristo en medio de su primitiva comunidad. Solo falta uno, santo Tomás. La duda y el asombro no le permite comprender la experiencia maravillosa que sus compañeros de aventura le están contando.


Es imposible alcanzar a asimilar de buenas a primeras semejante noticia. Pero nuevamente el encuentro con el Maestro Vivo le permite a s. Tomás confesar desde lo profundo de su ser el señorío y la divinidad de su Maestro, el Cristo nuestro Señor. En la comunidad y en s. Tomás nos encontramos representados cada una/o de nosotros/as. Al comienzo, incertidumbre y miedo, oscuridad y duda; pero luego una reconciliación, una alegría, y una paz, que nos lanza a la MISIÓN. Su misteriosa presencia y a la vez evidente del Resucitado se convierte en dinamismo misionero.


¿Alguna vez han tenido experiencias de oscuridad, duda, miedo?
¿Cómo las afrontaste?
¿Cómo ayudar a quienes les cuesta descubrir la presencia viva de Jesús en su vida?
Compartir experiencias de resurrección en grupos, en familia, entre amistades, siempre suma y ayuda. Nuestra propia libertad esta en la liberadora misiones que desde nuestras limitaciones o talentos desarrollemos.

Esto debemos aplicarlo al envío que hace Dios Padre del Hijo, y al envío que hace el Dios Hijo a su comunidad apostólica, es decir, nosotros/as. Así el hecho de que el Dios Hijo fue enviado por el Dios Padre al mundo, incluye, por un lado, la relación de origen al que le envía -el Padre-, y, por otro, implica un nuevo modo de estar visible en el mundo.
Así se perpetúa su acción y su misión. Esta es la palabra decisiva que revela al Hijo perpetuando su acción y su presencia en la Iglesia. Así también se expresa en Jn. 17,18: “Como Tú me enviaste al mundo, así yo les envié a ellos/as al mundo.”
¡Esta es una declaración, esencial, en ella le va el todo a la Iglesia!
¡Que la misión de Cristo se perpetúe a través de nuestro apostolado, y defina el misterio de la Iglesia!
De ahí la confianza inconmovible que debemos tener, a pesar de nuestras limitaciones y talentos, entregándonos total y desinteresadamente a la misión.

¡Es Cristo quien convoca y envía!
Cada persona cuenta y nos envía.
¡Feliz misión!

Bendecido domingo, a misionar. Aleluya, aleluya, aleluya.
«… así también les envío yo» (Jn 20,21).
+++ Marcelo Alejandro Soria – IMS, sva.