Lo único eterno que tenemos es nuestro espíritu, y es lo único que se puede conectar con la eternidad de Dios. La parte limitada de nuestro ser trata de limitar a Dios para poder comprenderlo. Primero lo encerramos en una tienda. Luego en un libro, hoy en una casa llamada “de Dios”, traducido hoy en día como iglesia.
Habiendo nacido en una Iglesia, he aprendido que todo aquello que nombre a Dios, indefectiblemente va de la mano de la palabra “iglesia”.
Cuando le preguntas a alguien si cree en Dios, más de una vez te sorprenderá la respuesta: “nunca fui a una iglesia, pero creo en dios a mi manera” o “nunca fui a una iglesia, no creo en Dios…”, no se nombra a uno sin la otra.
Es lo que la Iglesia nos enseña, desde las escuelitas bíblicas para niños en adelante. Es lo que se aprende de la Iglesia, incluso aquellos que no asisten a ella. Dios está en la Iglesia, Somos templos del espíritu de Dios y Dios está con nosotros a donde quiera que vayamos, pero en la iglesia somos Nosotros yendo hacia Dios, frases que se repiten habitualmente.
Antes de comenzar uno de los cultos Dominicales, pregunté a un hermano ¿por qué venimos a la Iglesia? Su respuesta fue rápida y directa: “porque necesitamos alimentarnos espiritualmente”, me dijo.
Por alguna razón, la Iglesia se convirtió en el termómetro de tu espiritualidad y fe en Dios. Si vas todos los Domingos, la conclusión es que estás bien con Dios; Si no vas, es porque te estás apartando de Tu fe y del mismísimo Dios.
Y es así como crecí entendiéndolo. Tenía 16 años y los mismos prácticamente dentro de la Iglesia; una vida que no tenía muchos pecados que atribuirse porque prácticamente no había vivido fuera de ella. Una vida planificada en la obra de Cristo, a través de una palabra profética que había marcado mi futuro ministerial, un estudio para la iniciación al pastorado en plena concreción y mis tareas como miembro dentro de la iglesia a la que pertenecía.
Cuando descubrí mi orientación sexual 2 años después, Todos esos planes se fueron por la borda. Contrariamente a lo que el común denominador cree, descubrir una orientación sexual diferente a la que se está mentalmente preparado como sociedad, es totalmente traumático y decepcionante de sí mismo. Ser diferente al resto y no ser “normal” como el resto, en este caso, no parecía tener un lado positivo.
Lo primero que viví fue el tratamiento diferente, de parte de quien fuera receptor de mi confesión, de ahí en más creer que el rechazo de la Iglesia por mi condición era el mismísimo rechazo de Dios, fue el mayor daño que la “iglesia” pudiera infligirme, iglesia de la que formara parte.
Antes que pudieran expulsarme, me expulsé. Antes que pudieran disciplinarme, determiné como iglesia, que mi condena era vivir el resto de mi vida lejos de Dios. No podía perdonarme, no podía aceptarme ni mucho menos aceptar que Dios no me quitara este “aguijón”.
No podía perdonar a Dios por no hacerlo, como tampoco podía perdonarme a mí misma por algo que no podía quitar de mí, algo que nunca había pedido y había derrumbado todas mis expectativas! Ni siquiera había tenido una experiencia sexual ni me movía en entornos que “me incitaran”, simplemente era la culpa de sentir algo que a mi estrecho entender de Dios, hacía que Dios me aborreciera.
A los 18 años me aparté de Dios y de la Iglesia (porque no es uno sin la otra, es así como lo entendía). . Mi castigo fue hacia Dios por no haber permitido que me enamorara de aquel niño que me pretendía. Mi castigo fue hacia mí, por no poder vivir en una mentira.
Muchos fueron los intentos de Dios de llamar mi atención, muchas las veces durante mucho tiempo, en las que mostró que estaba conmigo aunque yo le había dado la espalda. Claro que mi fe iba conmigo junto a mi primer medalla en forma de Cruz al pecho, sin faltarme un solo día!! Pero mi fe no me reconciliaba con Dios, porque según lo que entendía, Dios en mi condición me aborrecía.
Pasaron algo más de 15 años para que finalmente Dios pudiera llamar mi atención de la única forma que podía haberlo hecho, es decir, a través de una Iglesia.
Un encuentro “casual “con una hermanita del alma con quien habíamos compartido nuestro crecimiento, nuestra adolescencia e infancia de aquella lejana Iglesia que me producía nostalgias; Una charla amena y del todo sincera, mencionando que mi condición no le resultaba molesta, y una invitación acertada, a una iglesia nueva, con gente “que no tendría problemas”, en un momento de mi vida en el que tocando fondo, solo esperaba que su mano de alguna manera se extendiera.
La fidelidad de Dios fue tal, que para llamar mi atención, Él simplemente abrió una iglesia inclusiva en plena Capital Federal ¿Cómo no iba a hacerlo, Si fue capaz de morir por mí? Cualquier otra tarea para llamar mi atención, para Él fue nada. Doy gracias a Dios por lo que La Iglesia de Palermo para mí significó en ese momento de mi vida , mis hermanos amados y mi amado Pastor y amigo, aquellos que le dieron sentido a la palabra Iglesia.
Dios hace todo para ir por nosotros. “Deja a las 99 solo para ir por ti.” Fue así como pude entenderlo. Y no hubo vuelta atrás. Porque todos los argumentos que en algún momento me habían alejado, al reconocerme en su gracia, fueron derrumbados. Primero llegó el perdón, luego de eso la aceptación, y a través de la aceptación la experiencia del amor de Dios.
Ese el verdadero cambio que Dios propone como nacer de nuevo, el que viene de la renovación de nuestra mente, de nuestros pensamientos acerca de Dios, en otras palabras, aprender a creerle a Dios , por sobre todo y todos.
Muchos viven en la misma condición, todavía sin aceptación, y para esos muchos no hay iglesias que abran sus puertas. No es mi intención entrar en un debate teológico, sino simplemente invitar a la reflexión.
¿Es esa iglesia que hoy entendemos como iglesia, la iglesia que se nombra en la Biblia o en la Palabra de Dios? Una iglesia que se atribuye la autoridad divina despojando de toda autoridad a Dios; Una iglesia que habla por Dios como si Dios no tuviera voz. Una Iglesia que alimenta las diferencias, Una iglesia que remarca la línea del prejuicio; Una iglesia que se cierra para unos, y se abre para otros; Una iglesia exclusiva de asociados idóneos; Una Iglesia que a los distintos los señala de inmorales; Una iglesia que vende salvación al mejor postor; Una iglesia que lastima, una iglesia que hiere, una iglesia perdida.
¿Es ésta Iglesia, este organismo que reconocemos hoy como tal, testigo fiel de aquello a lo que Dios en su Palabra llama Iglesia?
Fue un proceso lento y efectivo en el que Dios me enseñó a separarlo de ella. Estuve aprendiendo a separarme de eso que entendía como iglesia para acercarme más a Dios, para aprender a separarlo de ella. Para redescubrir el concepto que Dios pretende de Iglesia, y para reconocer a Dios incluso fuera de ella.
Y en ese proceso pude entender que la Iglesia somos todos, y cada uno miembro del cuerpo, y sin esos miembros, un cuerpo incompleto. Y que la iglesia no es una disciplina dominical, ni un termómetro que te indica tu nivel espiritual.
La iglesia tiene como función vital el nexo con el otro, iglesia son dos o tres reunidos en su nombre, y es uno teniendo comunión con Dios en la intimidad de su cuarto, son todos los que se juntan en nombre de Cristo, ya sea en un edificio, en un hogar o en un café.
“Mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos.” Mejor es un día en tu presencia que toda una vida fuera…
Lo que hoy se hace llamar Iglesia, puede por tu condición expulsarte de ella, pero que su idea nunca te separe de Dios. Cuando aprendamos a conectarnos con el otro y con su necesidad, y aceptar las partes de este cuerpo que aún no queremos reconocer como tal, es cuando estaremos listos, para vestirnos de su Novia-. Porque aunque a algunos no les guste ser mi hermano, todos somos hijos de Dios.
Aun así, todos somos parte de la Iglesia de Cristo, de la Novia que Él espera en la eternidad.
Tu espíritu se conectará con el suyo, tu eternidad con su eternidad, no dependerá de tu membresía, de tu adhesión a los cultos de domingos, sino de tu relación directa con el Creador, y de la fe que Él haya depositado en tu corazón.
Por eso, como miembro de la Iglesia de Dios, pide perdón; como víctima de las acciones de una Iglesia perdida, Perdona.