La gracia de Dios no se limita a un acto divino en el momento de nuestra salvación.

La gracia de Dios es la vida de nuestro Salvador corriendo a través de las almas de los creyentes para sostenernos por medio de esas cosas que no cambian o no cambiarán.

Es un pozo de agua viva. Es el poder de Dios manifiesto en nuestra debilidad.

En este sentido la gracia de Dios es un recordatorio constante de la presencia de Dios.

Si alguna vez has atravesado un tiempo difícil y ha sentido como que Dios lo llevaba, usted ha experimentado esta forma de gracia.

Quizá haya observado con asombro cómo un amigo cristiano caminó por un valle oscuro físicamente, financieramente o en asuntos de relaciones y aun así mantuvo su paz.

Eso es la gracia a pesar de. La gracia para soportar. Es tentador pensar que alguien que puede mantener la paz en medio de una tormenta personal sencillamente está en negación.

Sin embargo, como pastor he visto la gracia sustentadora de Dios en acción en la vida de muchas personas en tantas ocasiones que sé que es real.

El apóstol Pablo lo dijo mejor. Él se refirió a eso como a una paz que trasciende o «sobrepasa» todo entendimiento humano (Filipenses 4.7). Esa paz, dijo él, realmente guarda nuestros corazones y nuestras mentes.

El apóstol estaba tan convencido de esta expresión de la gracia divina que les dijo a los creyentes filipenses: «Por nada estéis afanosos».

Algo extremadamente delicado para decir, a menos que usted esté absolutamente confiado en que la gracia de Dios será suficiente para cualquier cosa que alguien esté atravesando. A él le pasó y a nosotros también puede ocurrirnos.

Tal vez, como la mujer de Sicar, usted se pregunte: ¿Cómo obtendré esta agua viva? ¿Cómo obtendré esta gracia a pesar de…?

Aunque no hay una fórmula, Juan nos deja varias pistas en la narración. Para apropiarnos de la gracia de Dios debemos comenzar reconociendo a Jesús como el Hijo de Dios. Cuando Jesús le anunció a la mujer de Sicar que era el Mesías anhelado, ella tuvo que tomar una decisión: creer o no creer. Así que creyó y eso puso las ruedas de la gracia en movimiento. Así es con cada uno de nosotros.

La gracia comienza con la fe; una decisión de creer que Jesús es quien dice que es.

Para aquellos que vivimos en este lado de la muerte y de la resurrección de Jesús, la gracia comienza con la decisión de poner nuestra confianza en su muerte expiatoria en la cruz.

No obstante, eso no termina ahí. Al igual que la mujer de Sicar, todos nosotros hemos desarrollado formas de lidiar con nuestro pasado y con nuestras circunstancias actuales.

Todos tenemos estrategias para lidiar con la incertidumbre del mañana.

La gracia que sostiene se convierte en una realidad solo después que desechamos nuestros inapropiados e interesados mecanismos para lidiar.

Pienso que esta es la razón por la cual Jesús ahondó en el pasado de la mujer. Para recubrir lo que había estado allí todo el tiempo: la sed. Sed de perdón. Sin embargo, más allá de eso, recubrió la sed por la capacidad de enfrentar el pasado de ella y de confrontar el presente. Para que Jesús saciara su sed, ella necesitaba sentirse sedienta.

Por eso, a su manera, Él expuso los mecanismos de ella y los desechó. Él quería darle su gracia hasta el punto en que su sed fuese mayor. Pero para hacerlo, ella necesitaba tener sed. Lo mismo sucede con nosotros. No podemos recibir la gracia perdonadora de Dios mientras continuemos apuntalándonos nosotros mismos a través de la negación y el esfuerzo propio.

Para experimentar la gracia de Dios «a pesar de…», debemos permitirnos tener esa sed creada por nuestro pasado. Debemos reconocer el pasado antes de superarlo. Luego debemos declarar nuestra debilidad y nuestra necesidad de la fuerza sustentadora de Dios en nuestras circunstancias presentes.

Como dijo Pablo, es solamente cuando somos débiles que Él puede ser fuerte a través de nosotros.

La cultura nos enseña a ocultar nuestras debilidades. La cultura nos anima a balancear nuestras debilidades.

Jesús nos anima a reconocer nuestras debilidades y a aferrarnos a Él por su gracia de modo que funcionemos a pesar de ellas. Cuando usted reconoce que es débil, invita a su Salvador a hacerse fuerte a través de usted.

Declarar que tenemos sed invita a Dios a saciarla.

Ariel Costantino. Ministerio 100x100Gracia.

Fuente: https://www.facebook.com/100xcientoGRACIA/posts/509814289205053