Muchas personas LGTBIQ que han salido del armario dejaron allí, en el armario, eso que conocían como evangelio. La buena noticia que el cristianismo venía a darles se traducía en abusos en su niñez, desprecios y humillaciones por su manera de comportarse, terapias reparativas, condenas, pérdida del entorno familiar, oposición a sus derechos básicos, culpabilización, exclusión de las comunidades… y podríamos seguir, y seguir añadiendo experiencias terribles que tuvieron su origen en el evangelio que se les anunciaba.
La salida del armario ha sido para ellas lo más parecido a la propuesta que Jesús hizo al religioso Nicodemo, pero que este no quiso aceptar: “nacer de nuevo”. De lo que significa el doloroso paso de nacer de nuevo para ver y vivir en un mundo que te hace más feliz, saben mucho las personas LGTBIQ. Y esa nueva vida ya no quiere tener nada que ver con la anterior, ni siquiera para pararse un momento como la mujer de Lot para echar la mirada atrás y ver su Sodoma en llamas. No vaya a ser que mirando desde lejos la ciudad que creó la religión para que vivieran humillados, vuelvan a convertirse en una estatua de sal incapaz de moverse para seguir al ángel que les lleva de la mano a un lugar seguro.
No vamos a caer en el reduccionismo que algunos proponen cuando dicen que la comunidad LGTBIQ sólo ofrece a sus miembros sexo, relaciones superficiales y una vida insatisfactoria, mientras que el cristianismo ofrece una vida con sentido. Decir eso en otros contextos puede levantar aplausos, pero dentro del colectivo LGTBIQ sólo muestra una gran ignorancia. Sería imposible que el colectivo LGTBIQ hubiera podido lograr muchas de sus reivindicaciones sin un compromiso claro y profundo por la justicia. Durante años ha existido una red de apoyo entre personas que sabían lo que significaba quedarse sin nada tras salir del armario, y ese quedarse sin nada podía ser sin familia, sin trabajo, sin dinero… En muchos momentos las personas LGTBIQ han acompañado hasta la muerte a personas que las comunidades cristianas trataban como apestadas. La comunidad LGTBIQ ha demostrado una capacidad de empatía y de trabajo por dar dignidad y felicidad a tantas personas, que es estúpido llegar ahora para poner al cristianismo como ejemplo de algo. ¿Qué significa entonces predicar la buena noticia dentro de nuestro colectivo?¿deberíamos hacerlo? Y si es así, ¿cómo?.
Sobre si deberíamos anunciar el evangelio, la buena noticia, el mensaje liberador de Jesús, creo que no hay duda. Deberíamos estar avergonzados por como se ha venido llevando hasta ahora con las personas LGTBIQ, pero la transmisión del evangelio es algo inherente al hecho de ser cristianos. No existe eso del cristianismo para la intimidad… el cristianismo es una propuesta de liberación que no va dirigida únicamente a uno mismo sino también a nuestro entorno. Si de verdad somos seguidores de Jesús, si de verdad nos hemos puesto en camino hacia el Reino que él anunciaba, debemos compartir las Buenas Noticias con las personas que tenemos más cerca, con las personas que, como nosotros, creen que es necesario seguir construyendo un mundo más justo. Un mundo que para cristianos y cristianas anticipa aquel que anhelamos y en el que todas y todos viviremos en paz y alcanzaremos la plenitud junto a Aquel que lo es todo en todas y todos.
Predicar el evangelio a las personas LGTBIQ no es proponerles una ideología determinada que sea atractiva, tampoco llamarles al arrepentimiento de lo que nosotras y nosotros consideramos inaceptable bajo nuestra moral particular. No deberíamos confundir nuestra visión del evangelio con el evangelio mismo. Para sacar del armario al Jesús que muchos y muchas dejaron atrás en su búsqueda de liberación, deberíamos dejarle expresarse tal y como es, y si tiene la misma fuerza que hace dos mil años, transformará a las personas. Por eso creo que debemos acercar el mensaje de Jesús a las personas LGTBIQ, y que sean sus palabras, leídas en una Biblia o en la vida de cristianos y cristianas comprometidas con el evangelio, las que permitan valorar a quienes un día dejaron todo para tener una vida más digna y plena, si el seguimiento de Jesús, si el evangelio, les permite seguir liberándose de tantas y tantas opresiones que todas y todos llevamos dentro. No somos nosotros ni nosotras quienes debemos convencer, es el evangelio mismo quien debe y puede hacerlo.
Nosotros no somos el evangelio, en eso se equivocan tantos y tantos fundamentalistas que se autoerigen en los defensores de un evangelio que identifican con su manera de entender el mundo. Las cristianas y cristianos somos transmisores imperfectos del evangelio con nuestra vida y con nuestras palabras. Y esa transmisión hacia las personas LGTBIQ debería ser hecha desde la humildad de quienes saben por experiencia, que estas personas han sido injusta y atrozmente tratadas por el cristianismo. Además, se debería poner en valor la labor que han realizado y la presencia de Dios en su manera de apoyarse y sostenerse unas a otros cuando no había nadie que quería hacerlo. Y en ese ponerse al lado o detrás, y no delante o arriba, es como podemos liberar al evangelio de ese aire opresivo hacia las personas LGTBIQ que lo ha envuelto durante tantos y tantos siglos.
El evangelio de Jesús transforma a los seres humanos y ayuda a construir un mundo mejor. Es difícil decir eso cuando muchas personas han experimentado lo contrario, pero por muy difícil que sea debemos seguir anunciándolo con humildad pero con determinación. La salida del armario, la liberación que eso supuso, es sólo una muestra, un avance de la liberación total a la que nos invita el evangelio. Una liberación que no sólo es individual, sino que algún día transformará el mundo entero. Las personas LGTBIQ tienen mucho que aportar al evangelio con sus experiencias, pero también el evangelio puede seguir aportándoles a ellas. Si pensamos que es así, no podemos más que anunciarlo, con humildad pero con determinación.